11 jun 2009

Eduardo Galeano_ El libro de los abrazos...

El sistema /1
Los funcionarios no funcionan.
Los políticos hablan pero no dicen.
Los votantes votan pero no eligen.
Los medios de información desinforman.
Los centros de enseñanza enseñan a ignorar.
Los jueces condenan a las victimas.
Los militares están en guerra contra sus compatriotas.
Los policías no combaten los crímenes, porque están
ocupados en cometerlos.
Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan.
Es más libre el dinero que la gente.
La gente está al servicio de las cosas.


La televisión /2
La televisión, ¿muestra lo que ocurre?
En nuestros países, la televisión muestra lo que ella
quiere que ocurra; y nada ocurre si la televisión no lo
muestra.
La televisión, esa última luz que te salva de la soledad
y de la noche, es la realidad. Porque la vida es un espect
áculo: a los que se portan bien, el sistema les promete
un cómodo asiento.


La mala racha
Mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen
las cosas de los bolsillos y de la memoria: pierdo llaves,
lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras.
Yo no sé si será gualicho de alguien que me quiere mal y
me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón
demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo
lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento
mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción.


La muerte
Ni diez personas iban a los últimos recitales del poeta
Blas de Otero. Pero cuando Blas de Otero murió, muchos
miles de personas acudieron al homenaje fúnebre
que se le hizo en una plaza de toros de Madrid. Él no se
enteró.


El país de los sueños
Era un inmenso campamento al aire libre.
De la galera de los magos brotaban lechugas cantoras
y ajíes luminosos, y por todas partes había gente ofreciendo
sueños en canje. Había quien quería cambiar un
sueño de viajes por un sueño de amores, y había quien
ofrecía un sueño para reír en trueque por un sueño para
llorar un llanto bien gustoso.
Un señor andaba por ahí buscando los pedacitos de
un sueño, desbaratado por culpa de alguien que se lo
había llevado por delante: el señor iba recogiendo los
pedacitos y los pegaba y con ellos hacía un estandarte
de colores.
El aguatero de los sueños llevaba a agua a quienes
sentían sed mientras dormían. Llevaba el agua a la espalda,
en una vasija, y la brindaba en altas copas.
Sobre una torre había una mujer, de túnica blanca,
peinándose la cabellera, que le llegaba a los pies. El peine
desprendía sueños, con todos sus personajes:

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